miércoles, 9 de agosto de 2017

Con la vara que midas serás medido.

Resulta que he fallado bastante.
Y cada vez peor.
¿Cuánto tiene que equivocarse el hombre,
para que sea suficiente?
Un día la muerte nos cubre con su ala de cuervo,
y los errores cesan.
¿O no?
Estos días he pensado mucho en la muerte,
y la vejez,
y las decisiones que te van atrapando en una madeja
imposible.
Y tengo la soberbia inexplicable
de creer que he descubierto algún secreto.
Pero veo los rostros de los demás,
y noto que todos creen saber algo,
creen poseer
algún extraño y profundo conocimiento
que los hace especiales.
Me hace gracia.
Somos ciegos,
todos somos ciegos.
Caminando por un terreno pedregoso.
Y cuando escuchamos caer a alguno.
Pretendemos levantarlo,
aunque quizás en el intento le quebremos un brazo,
o una pierna,
y lo dejemos inútil.
O nos reimos de él,
sin saber que más adelante
nosotros, sí, nosotros,
podríamos tener algún obstáculo
que nos parta la madre.
Y sin embargo ahí está el consejo no pedido,
la crítica desmedida,
la burla, el escarnio,
y en el fuero interno
esa mezquina satisfacción
de saber que el otro ha errado.
No es necesario.
Quiero pensar que todo se paga.
En algún momento, de algún modo.
Y juzgar y castigar no tendríamos que hacerlo.
Salvo que sea nuestro trabajo.
Me doy hueva cuando me pongo tan densa.
Tomó café.
Afuera en la calle,
el sol brilla para todos.

sábado, 29 de julio de 2017

Siniestro

Dicen que hay ciertas horas de la noche, en que la oscuridad es más densa, y el frío más intenso.
En que los muertos salen a colgarse de tu cuello, y las pesadillas se montan sobre tu cuerpo.
En que hay monstruos que pueden destrozarte, y quitarte la piel, y arrancarte miembro por miembro.
Yo no sé de eso.
He bebido hasta madrugar y sé que no hay nada más frío y oscuro que las horas previas a un rompimiento.
Que no hay peso más absoluto que la culpa encadenada a la garganta, que no hay pesadilla que no puedas montar mientras tengas algo de dinero. Sé que el único monstruo que existe, es el que miras al espejo.
Aprendí que sí existe el infierno.
Se llama humanidad.
Y es, bello.
Tan bello.

jueves, 13 de julio de 2017

Tragos de Amargo Licor

El frío, supongo, me pone poeta.
Porque mi corazón tirita en su soledad,
En el cieno de mi oscuridad,
Y me da por cubrirme con mis remordimientos
Y culpas
Como si fueran cobijas.
Me da por visitar mi infierno portátil,
Amarga memoria,
Para calentarme un poco,
Entre llamas de amor
Y odio.
Aprovecho también
Para lamerme las heridas,
(perra al fin, y callejera.)
Y me quito el sabor a sangre
con muchos tragos de mezcal.
¿Escribo porque bebo?
¿Bebo porque escribo?
A estas alturas da igual.
Estoy ebria.

domingo, 25 de junio de 2017

¿Sé del amor?

¿Del amor?
Puedo decir que nunca hay suficiente
para hacer un mundo mejor.
Nunca suficiente,
para nada.
Puedo decir también
que creo que sé de que trata.
Tiene que ver con el mar y el sol,
con las flores,
y personas a las que nos aferramos
aunque se estén pudriendo bajo tierra.
Tiene que ver con gritar,
mientras nuestros cuerpos desnudos
se aferran,
lastimados de intimidad,
tiene que ver con ojos de niño,
con ojos de viejos,
y con labios, y con aves,
y perros.
Tiene que ver con sentir que tenemos
al sol en el pecho.
Estrellas en las manos.
El universo en el sexo.
Sé del amor
que no sacia el hambre,
y tiene una extraña fijación
por huir
a través de las ventanas.
Sé además que no es puro.
Está manchado de deseo,
de mentiras, de crimen,
de desesperación,
de odio, de egoísmo,
de lamentos.
Y pese a todo,
pese a lo terrible, miserable
y patético que resulta.
Sé que es lo mejor que tenemos.